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Tras las huellas de los Incas: Un viaje épico a través de los Andes

Publicado el marzo 26, 2024

Escrito por: LimaTours

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Descubrimientos, desafíos y conexiones en el camino hacia Choquequirao y Machu Picchu

Este relato cuenta un viaje de 10 días hacia las ruinas de Choquequirao y Machu Picchu, siguiendo una ruta ancestral marcada por la historia y quienes la escribieron. Desde la partida en Cusco hasta la llegada Abancay, cada paso en este viaje es una revelación de historia, naturaleza y autodescubrimiento. A lo largo de desafiantes senderos y encuentros con la vida silvestre de los Andes, nuestra colega de LimaTours, Lizbeth Llanos, se sumerge en un mundo donde el tiempo se desvanece y las conexiones con el pasado se vuelven tangibles.

 

Entre las montañas imponentes y los misterios de los andes, yace un sendero que despierta la curiosidad de aventureros y amantes de la historia por igual. Mi pasión por el senderismo y mi fascinación por la arqueología me llevaron a emprender un viaje épico: un trekking de 10 días y 9 noches hacia las ruinas de Choquequirao y Machu Picchu. Este sendero, clasificado con un nivel de dificultad de 5, es mucho más que un simple recorrido. Es el camino hacia la 'hermana sagrada' de Machu Picchu y el último bastión de los incas. Elevándose majestuosamente sobre el cañón del río Apurímac, Choquequirao, que en quechua significa 'cuna de oro', es un tesoro arqueológico apenas desenterrado en un 30% de su magnitud total. Con un tamaño tres veces mayor que Machu Picchu, sus recintos, templos y terrazas cuentan antiguas historias que apenas están comenzando a revelarse. 

¡Preparemos los zapatos y las mochilas para dar inicio a esta aventura!  

 

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Fuente: Portal de Turismo

Partimos desde Cusco con una movilidad hacia la región de Apurímac y nuestra caminata empezó en la localidad de Cachora. Llenos de ansiedad y nerviosismo, nos encaminamos hacia lo desconocido, listos por descubrir los secretos que aguardaba cada paso. Nuestro primer destino fue el fascinante conjunto arqueológico de Saywite en el distrito de Curahuasi, dentro de la provincia de Abancay. Allí, entre las ruinas antiguas y la historia tallada en sus piedras, sentimos la emoción de estar en un lugar donde el tiempo se detiene. Después de absorber cada detalle, nos dirigimos al campamento de Chiquiska, descendiendo desde Capulliyoc luego de un reconfortante almuerzo. Durante este trayecto, nos envolvimos en la naturaleza que nos rodeaba, añadiendo una experiencia aún más memorable a nuestro viaje. Al amanecer, el aroma fresco de la montaña nos recibió con los brazos abiertos, invitándonos a continuar nuestra aventura. Después de un desayuno temprano, nos preparamos para enfrentar el día con determinación y entusiasmo. Con cada paso, el paisaje cambiaba ante nuestros ojos, revelando nuevas maravillas y desafíos. Descendimos hasta llegar a la playa Rosalinda, donde cruzamos el puente que marcaba el fin de nuestra travesía por la región de Apurímac y la entrada a Cusco. Desde allí, comenzamos el ascenso hacia nuestro próximo destino: el campamento de Marampata, desde donde se tiene una hermosa vista del río Apurímac y de las ruinas de Choquequirao. 

 

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El día tan esperado finalmente había llegado: era momento de adentrarnos en el misterioso Parque Arqueológico de Choquequirao. Aquí, las palabras quedan cortas frente a la grandiosidad de lo que se experimenta al recorrer cada uno de sus recintos. Desde las famosas terrazas de las llamas hasta el imponente templo del astrónomo, cada paso nos sumergía más en la rica historia de este lugar sagrado. Tras una jornada intensa de exploración, nos instalamos en nuestro campamento, ubicado en las proximidades de Choquequirao, dejándonos envolver por las energías ancestrales que fluían en cada rincón. Al día siguiente, conscientes de que estábamos a punto de despedirnos de este tesoro arqueológico, ingresamos una vez más a Choquequirao. Cada paso y cada lugar donde mirábamos, se volvieron valiosos tesoros que guardaremos en nuestra memoria para siempre. Con un último vistazo, nos despedimos, preparándonos para el siguiente capítulo de nuestra aventura. Ascendimos a través de un bosque nativo, dejando atrás la majestuosidad de Choquequirao, pero llevando con nosotros su esencia y su misterio. Luego empezó el descenso hacia nuestro próximo destino: el campamento en el sitio arqueológico de Pinchaunuyoq, donde la vista espectacular del valle de Apurímac nos recibió con los brazos abiertos, marcando el fin de un día lleno de emociones y nuevos descubrimientos. 

 

Amanecimos con ganas de nuevas aventuras, y antes de que el sol comenzara a calentar mucho, nos lanzamos a la ruta, descendiendo con paso firme hasta el río Blanco. Cruzamos sus aguas con determinación, conscientes de que cada paso significaba estar más cerca lo que sea que nos deparaba el otro lado. Al emprender el ascenso hacia el pintoresco pueblo de Maizal, sentimos mucha emoción por llegar, sabiendo que encontraríamos refugio en sus calles y nos conectaríamos con la calidez de sus habitantes al montar nuestro campamento para la noche. 

  

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El ascenso comenzó, y con cada paso, nuestros ojos observaban los increíbles paisajes que se desplegaban ante nosotros. Pasamos por antiguas minas, como la mítica mina Victoria y después de caminar un buen rato, finalmente alcanzamos el abra de San Juan, situado a 4150 metros sobre el nivel del mar, donde el aire era más puro y nuestro entusiasmo se elevaba con la altura. Durante el ascenso, nos maravillamos con la presencia de vicuñas, y aunque el temor a encontrar otros habitantes salvajes como osos de anteojos o pumas nos mantenía alerta, continuamos nuestro camino con valentía y respeto por la naturaleza. Al llegar al campamento en la comunidad de Yanama, nos despedimos con gratitud de nuestras fieles mulas y arrieros, quienes, con pasos firmes, emprendían el camino de regreso hasta Cachora en Abancay. Muchos viajeros consideran este día como el más interesante de la travesía, debido a las minas, el impresionante paisaje y la altura alcanzada en el abra. En Yanama, la bulla de la población nos recibió con los brazos abiertos, recordándonos que, incluso en las alturas más remotas, la llegada del transporte cambia y facilita las cosas, pudiendo encontrar en aquella comunidad mucha más actividad, así como también postas médicas, centros de salud y colegios. 

Al día siguiente, listos por capturar cada instante del camino, iniciamos el ascenso desafiando el paso de Yanama, mientras nos maravillábamos con la imponente presencia del nevado Sacsarayoc que se alzaba majestuoso en el horizonte. La suerte nos sonrió al presenciar el vuelo majestuoso de los cóndores, añadiendo un toque aún más sublime a nuestra experiencia. Luego, descendimos con paso ligero hasta llegar al campamento del pueblo de Totora, donde el clima más cálido nos acogió con los brazos abiertos, anunciando nuestra proximidad a la ceja de selva.  

Después de pasar una noche más cálida, empezamos el descenso hacia nuestro próximo destino, Lucmabamba, el cual nos sumergió en un paisaje de ensueño, rodeados de la exuberante vegetación verde y frondosa de la selva tropical. Cerca de la base del Templo de la Luna, un antiguo santuario ceremonial inca, encontramos refugio en nuestro campamento, donde el apacible sonido del río Urubamba nos acompañaba en la noche. En el camino, nos maravillamos con vistas impresionantes de plantaciones de café que se extendían hasta donde alcanzaba la vista, mientras las majestuosas cataratas sonaban con fuerza, recordándonos la grandiosidad de la naturaleza que nos rodeaba. Cayendo un lindo atardecer, nos preparamos para pasar nuestra última noche bajo las estrellas, rodeados de la magia de los Andes y las ganas de nuevas aventuras. 

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Llenos de emoción y de expectativas, dimos inicio al ascenso desde donde nos encontrábamos hasta alcanzar un mirador estratégico. Allí, la naturaleza nos brindó un regalo inesperado: una vista panorámica de Machu Picchu, desplegada ante nosotros en todo su esplendor. Después de días de caminata extenuante, esta visión fue como un bálsamo para el alma, un merecido premio que nos recordó el poder y la belleza de la naturaleza. Tras deleitarnos con la vista, nos dirigimos a un restaurante con vistas espectaculares, donde compartimos un almuerzo que supo a gloria después de tantos esfuerzos. Luego, descendimos hasta la hidroeléctrica en el distrito de Santa Teresa, provincia de La Convención, para abordar el tren que nos llevaría a Aguas Calientes, la puerta de entrada a Machu Picchu. Al amanecer el siguiente día, estábamos listos y ansiosos para explorar la impresionante y mística Ciudadela de Machu Picchu. Tomamos un bus que nos llevó al sitio arqueológico, donde, acompañados por nuestro guía, nos sumergimos en la historia y la grandiosidad de esta antigua ciudadela inca. Exploramos cada rincón, maravillándonos con sitios como el Templo del Cóndor, el Cuarto de las Tres Ventanas y el Templo del Sol, absorbiendo la energía de este lugar único en el mundo. Después de una jornada llena de descubrimientos, regresamos a Aguas Calientes, donde nos esperaba el tren de retorno a la ciudad de Cusco, llevándonos de vuelta a casa con el corazón lleno de recuerdos imborrables y la promesa de volver algún día. 

 Machu Picchu

 

Con cada paso de esta experiencia, descubrimos más que simples ruinas y paisajes; fue un viaje de autodescubrimiento y conexión con la historia y la naturaleza. Al regresar a la ciudad, llevamos recuerdos inolvidables y un profundo sentido de gratitud por la oportunidad de explorar lugares donde los incas forjaron su legado. Después de días de intensa caminata, los hermosos paisajes y la historia impregnada en cada rincón nos recompensaron generosamente. Esta experiencia única nos recordó la grandeza del mundo y la capacidad humana de explorar, descubrir y conectar con lo que realmente importa.  

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