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Tesoros escondidos de Cusco, una aventura inolvidable

Publicado el diciembre 20, 2019

Escrito por: Naomi Tamamoto

Cusco es una ciudad maravillosa, con hermosos atractivos de fama mundial. Esta vez, quisimos ir un poco más allá y explorar otros lugares increíbles de la región, aquellos que están fuera de la ruta turística tradicional. Durante cuatro días descubrimos paisajes e historias únicas, que no tienen nada que envidiarle a los destinos más populares.

La aventura inicia en el pueblo de Andahuaylillas, a una hora del centro histórico de Cusco. La iglesia San Pedro Apóstol espera por nosotros, también llamada la ‘Capilla Sixtina de América”. Este templo es conocido por su impactante diseño arquitectónico y las pinturas murales que la decoran, las cuales datan del siglo XVII y se elaboraron con el objetivo de educar a los nativos sobre los principios de la fe cristiana traída por los españoles. Observar el altar tallado en madera, las decoraciones bañadas en oro, y los lienzos de la Escuela Cusqueña es una experiencia fascinante. Una parada obligatoria para todo amante del arte.

 

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Nos dirigimos a otra joya arquitectónica a sólo unos minutos de Andahuaylillas, la Capilla de la Virgen Purificada de Canicunca. Una hermosa construcción del siglo XVII, que a pesar de su sencillo exterior, esconde un interior rico en pintura mural con motivos textiles a manera de cortinas con cintas en pan de oro e iconografía característica del barroco Andino.

Una hora después llegamos al distrito de Checacupe. Aquí el tiempo parece haberse detenido y nos permite viajar por la historia del Perú gracias a sus tres puentes construidos en épocas distintas: el puente republicano, erigido en 1895, hecho de fierros de riel por donde pasaban antiguas máquinas impulsadas a carbón; el puente colonial, construido entre 1759 y 1788, una obra vial estupenda con base de piedra de sillar labrada y adherida con cal, con uniones al estilo de arco romano; y el puente Inca, elaborado por orden del inca Wiracocha entre 1400 y 1448 como parte del Qhapaq Ñan.

La tarde cae y llegamos a nuestra última parada del día, el complejo arqueológico de Kanamarca. A nivel arquitectónico, Kanamarca ocupa 1 hectárea y alberga diferentes construcciones cultura preínca de los k´anas. En el punto más alto, una vista privilegiada del complejo con la cordillera de fondo nos sorprende mientras la guía comparte historias sobre el espíritu guerrero e inquebrantable de los k’anas. La lluvia que nos recibió se hace cada vez más fuerte y el granizo hace que la exploración llegue a su fin. ¡Uno nunca sabe lo que los Apus tienen preparado!

 

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El segundo día inicia con altas expectativas. Hacemos una pequeña parada en Machupuente, considerado como el más antiguo de los puentes coloniales. Debajo de él, se forma un angosto cañón que alberga entre sus paredes al río Apurímac y nos ofrece un paisaje tan bello que no parece real. Los tonos azules del cielo y las nubes  se reflejan en el agua del río y forman un cuadro en donde agua y cielo parecen ser uno solo.

La siguiente parada es María Fortaleza, un centro arqueológico que formaba parte de una red de caminos para el intercambio de productos. Este es también el punto de inicio de la ruta hacia Tres Cañones y sus murallas que miden hasta 300 metros de altura, formadas por la acción erosiva de la naturaleza. El camino es agotador, pero la recompensa es grande. Tras una hora en subida, logramos ver a los gigantes de piedra alzados solemnemente entre los ríos Callumani, Apurímac y Cerritambo. Después de unos minutos deleitándonos con el paisaje, descendemos al espacio conocido como ‘el anfiteatro’ para tener una vista distinta de los cañones. El frío empieza hacerse presente a iniciamos nuestro regreso a Cusco.

 

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El tercer día promete sumergirnos en la cultura ancestral de los incas, pues tenemos como siguiente destino el puente Q’eswachaca, cuya renovación anual ha sido declarada por la UNESCO como Patrimonio Cultural Inmaterial. Suspendido diez metros sobre el río Apurimac, Q’eswachaca es el único puente colgante hecho enteramente de fibras vegetales que se vuelve a tejer una vez al año desde la época inca.

Al llegar al distrito de Quehue, los miembros de la comunidad nos enseñan sobre el trenzado de las soguillas usadas en el proceso de renovación. Atravesar este puente de 28 metros de largo es una experiencia inigualable que nos permite aprender sobre una de las tradiciones incaicas que han sobrevivido a la modernidad y que continúa pasando de generación en generación. Todo un ejemplo de cultura viva.

 

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El último día es el más esperado por muchos del grupo, pues hoy iremos al encuentro de Palcoyo, la cordillera de siete colores. Los colores ocres y rojos, con franjas verdes y azules nos acompañan desde el inicio del camino y nos dan una primera probada del espectáculo visual que nos espera al llegar a la cima. A diferencia de Vinicunca, la caminata hasta Palcoyo requiere de menos esfuerzo físico y toma tan solo una hora. Además, recibe una menor afluencia de turistas, lo que nos permite disfrutar de los paisajes con tranquilidad.

En la cumbre somos bienvenidos por los miembros de la comunidad con quienes realizamos una ceremonia de pago a la tierra. Nuestro anfitrión nos pide que levantemos en alto nuestras hojas de coca mientras damos las gracias a los Apus por la espléndida vista. Luego de unos minutos explorando, iniciamos el descenso. La experiencia culmina con una visita al Museo de la papa para aprender más acerca de la gran variedad de papas de la zona. El lugar alberga también artesanías y vestimentas representativas.

 

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Tenemos la oportunidad de degustar alguna de las papas seleccionadas por nuestra guía. Algunos de los tipos resaltan por sus formas y colores, muy distintos a los que solemos ver en mercados y restaurantes. Luego de una breve explicación, nos despedimos de nuestros anfitriones, no sin antes agradecerles por la maravillosa experiencia.

Iniciamos así el retorno a Cusco. El cansancio es innegable, pero la dicha de haber conocido tan increíbles lugares predomina. Nuestra aventura llega su fin.

 

 

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