Ultimate Journeys

Qhapaq Ñan: redescubriendo los pasos incas

Publicado el marzo 25, 2021

Escrito por: Ximena Arrieta

Tras tanto tiempo en casa, recordamos el enorme placer que puede representar el simple hecho de caminar; una sensación de libertad que siempre dimos por sentada. Ahora trasladémonos a los Andes, en plena Cordillera Blanca. El cielo se torna celeste y la vereda es una calzada empedrada entre las montañas, los autos y edificios son reemplazados por llamas e imponentes construcciones de roca. Ese fue el Qhapaq Ñan hace más de 500 años, cuando el Tahuantinsuyo en su máximo apogeo estaba conectado por esta increíble red de caminos.

Hoy en las zonas altoandinas, el Gran Camino Inca mantiene su mística tradicional: la conexión con la naturaleza y el servicio a la comunidad. Un equipo de aventureros estuvo dispuesto a recorrer 3,200 kilómetros de él, desde Tomebamba en Ecuador hasta Cusco en Perú, para redescubrir esta herencia inca, revalorarla y revivir los pasos de los antiguos habitantes del imperio. Nosotros tuvimos la oportunidad de acompañarlos y esta es la historia.

 

DÍA 1: PREPARANDO EL CUERPO

Llegamos hasta la comunidad de Cajay en Ancash para encontrarnos con los miembros de la expedición. Nuestro primer día era el 73 para ellos, y el positivismo de los pobladores nos sumó energía en los primeros pasos de los 75 kilómetros de camino teníamos por delante.

El trascurrir del río era música mientras avanzábamos carretera abajo hasta Pomachaca, un pequeño poblado desde donde parte el camino inca. Como veríamos a lo largo de toda la ruta, hay secciones del Qhapaq Ñan que han desaparecido, ya sea por la construcción de otras vías de transporte o por la falta de conservación. La ruta inca nos recibe con unas asombrosas escaleras que se perdían detrás de la montaña. Dura prueba que implicaba luchar contra el calor, la altura y el cansancio.

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Si pasábamos el primer examen, estaríamos preparados para los otros cuatro días de caminata. Cada paso valió la pena: mientras ascendíamos, se veían hermosos valles a lo lejos y nos encontramos con antiguos asentamientos incas en medio de la montaña. Era admirable el ver como los peldaños parecían ser parte del paisaje.

Arribamos al pueblo de Castillo para recargar energía con el agua fresca que emanaba desde la fuente principal, un regalo de los Apus. Las llamas fueron el gran espectáculo y llamaron la atención de los pobladores mientras atravesaban las calles. Ver tantos de estos animales junto a unos ‘gringos’ generaba curiosidad, especialmente en los más pequeños.

Un almuerzo ligero y seguimos la ruta, ascendiendo hasta Soledad de Tambo donde nos esperaba ya instalado el campamento. Después de una visita al ushnu ceremonial de Pincos y de una contundente cena, nada mejor que recostarse sobre el pasto por unos minutos y relajarse bajo la Vía Láctea. El cielo estrellado de los Andes, capaz de dejarnos sin aliento, sería nuestro compañero todas las noches.

 

DÍA 2: AGRADECIENDO A LA PACHAMAMA

Caminar junto a John Leivers, aventurero australiano miembro del grupo, es como andar con un libro bajo el brazo. A sus casi 70 años, no solo es capaz de caminar miles de kilómetros sin flaquear, sino que tiene una memoria prodigiosa y recuerda cada centímetro del Qhapaq Ñan que ha recorrido más de una vez.

Dejando atrás el campamento en Soledad de Tambo, John se desvía del camino y es inevitable no seguirlo. Nos dirigimos hasta las colcas en la parte alta de una profunda quebrada, el lugar ideal para construir este tipo de almacenes: lejos de los animales, mucha ventilación y aire seco que evitaba que los alimentos se echaran a perder.

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Tras una interesante lección de historia, volvemos a la calzada amurallada rumbo a Quenhuajirca. El paisaje se va transformando conforme ascendemos desde los 3,000 m.s.n.m., demostrando la destreza de los constructores incas para adaptarse a la geografía andina. Los árboles empiezan a desaparecer, el verde pasto se torna ichu y las flores en espinosas plantas adecuadas a vivir en el frío de la Puna. Pero no todos los cambios son agradables, pues la ruta también revela cómo los nevados van perdiendo sus cumbres blancas, víctimas silenciosas del cambio climático.

En las zonas altas, el Qhapaq Ñan permanece casi intacto. La nueva subida es hasta el abra Waga Punta, con gradas maravillosamente conservadas capaces de transportarte en el tiempo con su majestuosidad. En el punto más alto, cerca de los 4,500 m.s.n.m., una apacheta – conjunto de piedras de índole religioso – marca el lugar para agradecer a la Pachamama por la oportunidad de vincularse con la naturaleza, lejos de la ciudad, completamente desconectados.

Ya en nuestro destino, acampamos a los pies del ushnu en el tambo de Quenhuajirca. La temperatura empieza a descender pero la familia Araujo, nuestros acogedores vecinos, tienen un telar tradicional en casa donde confeccionan prendas de lana y fue irresistible no hacerse de un cálido poncho para combatir el frio. Y es que el Qhapaq Ñan no es solo un camino, sino también sinónimo de cultura viva y prácticas ancestrales que pasan de generación en generación enriqueciendo la experiencia del viajero.

 

DÍA 3: CERCA DEL DIOS SOL

Decimos adiós a los Araujo y enrumbamos hacia nuestra primera parada: Ayash. Nuevamente el paisaje se llena de color mientras descendemos al valle del río del mismo nombre. Pero luego, las subidas parecen nunca terminar en nuestra travesía por el Qhapaq Ñan, pero los arrieros nos hicieron compañía.

Este grupo de alegres hombres fueron los encargados de hacer más llevadera nuestra caminata y que cada vez que llegásemos a un nuevo campamento, las carpas estén armadas y la comida lista. Su contagiante buen humor y sus ánimos nos ayudaron a superar el ascenso, en un camino impresionantemente bien conservado.

Andando a los 4,500 m.s.n.m., abandonamos las tierras ancashinas para entrar al departamento de Huánuco. Después de tres días de caminata, meter los pies en el riachuelo cercano al campamento es fenomenal para relajarse y descansar. Por la noche, las estrellas parecieron brillar con más intensidad que nunca.

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DÍA 4: SIN ALIENTO

Sabíamos que el cuarto día sería el más largo, con cinco kilómetros adicionales a los que normalmente cubríamos en siete horas. Sin embargo, lo que no esperábamos eran las sorpresas que tenía preparadas el Qhapaq Ñan. La primera fue Tambo Grande, una construcción inca que hoy es un corral de ganado.

John se refirió muchas veces a él como ‘Tambo conejo’ pero no entendíamos muy bien por qué hasta que llegamos: de entre las piedras salían decenas de estos animales que corrían por doquier al escuchar nuestros pasos. Uno blanco llamó nuestra atención, que muy al estilo del cuento de ‘Alicia en el País de las Maravillas’ se escondió en un profundo agujero.

El camino continúa entre pampas y humedales, mimetizándose a la perfección con el paisaje que lo rodea. Delimitado con rocas, puede aparecer y desaparecer por momentos entre la vegetación. Es más fácil respirar, señal de que estamos descendiendo hasta Taparaco, un caserío construido al lado de un sitio inca desbaratado.

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Luego, la segunda sorpresa. El pequeño riachuelo que encontramos el día anterior nos ha conducido hasta el río Taparaco, dando origen a un valle que parece salido de una pintura. Hermosas caídas de agua y espléndidos queñuales van paralelos al Qhapaq Ñan, que ha dejado de estar definido solo por las rocas y ahora fluye flanqueado por imponentes muros.

El valle continúa hasta San Francisco de Isco, la pequeña comunidad donde pasaríamos la última noche. Una mezcla de sentimientos nos alberga durante la cena: felicidad por todo lo que hemos admirado y que pocos tienen la suerte de apreciar, y tristeza al saber que la aventura está terminando.

 

DÍA 5: MISIÓN CUMPLIDA

Pensar que estábamos a solo mediodía de nuestro destino sonaba alentador. Temprano por la mañana iniciamos la marcha, cruzándonos con niños de varios poblados usando el Qhapaq Ñan para ir a la escuela. Para las personas que viven en zonas alejadas, el camino sigue siendo la única vía de conexión entre poblados. Son herederos de un legado que permanece en el tiempo, que no pierde vigencia gracias a ellos.

Luego de un descenso sin complicaciones, volvemos a ver el asfalto de la carretera después de casi tres días. Y como al inicio, la calma da paso al desafío. Para llegar a Huánuco Pampa, el Qhapaq Ñan asciende por una quebrada de terreno accidentado debido a los deslizamientos por las lluvias.

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Se sudó la gota gorda, pero lo logramos. Al avanzar hacia el centro administrativo inca, aparece su imponente ushnu rodeado de ‘Apus’ o montañas. Con una vista así, se entiende por qué fue escenario de ceremonias importantes. Cerrando con broche de oro, fuimos recibidos por los pobladores del caserío cercano con sus danzas típicas y una deliciosa pachamanca para romper la dieta.

Hay quienes no conocen esta enorme red vial o que se reduce solo al famoso tramo hasta Machu Picchu. Poder ver la otra cara del Qhapaq Ñan, aquella que mantiene su vínculo con la comunidad, es una forma diferente de experimentarlo. Sin turistas. Sin presiones. En conexión con la esencia inca del camino que ha logrado sobrevivir hasta nuestros días.