Hace unas semanas tuve el privilegio de visitar por primera vez Chachapoyas, una joya en el corazón de la selva norte del Perú. Cuando se presentó la oportunidad de ser parte de un FamTrip (viaje de familiarización) a este destino, no dudé en aceptar. Inicialmente, me preguntaba si Chachapoyas era la capital de la región San Martín o Amazonas, ambas situadas en el exuberante norte peruano. La respuesta, como descubrí, es Amazonas. Conocía dos cosas sobre este lugar: que es el punto de partida para explorar las majestuosas ruinas de Kuélap y la impresionante catarata de Gocta, y que no podía esperar para llegar y sumergirme en su magia, aunque fuera solo durante un fin de semana. La emoción de descubrir un destino nuevo, uno que hasta entonces solo había contemplado en fotos o escuchado en relatos, era palpable. Estaba listo para llenar el alma y recargar energías con una dosis de aventura y misterio.
Team del viaje
Día 1: Conociendo la ciudad
Nos encontramos con los demás integrantes del viaje por la tarde en el aeropuerto de Lima, lo cual fue el preámbulo ideal para conocernos y luego tomar el vuelo directo de Atsa Airlines que duró poco más de una hora hasta Chachapoyas. Me preocupaba aterrizar de noche y perder la oportunidad de ver desde arriba la entrada a la ciudad y obtener una primera impresión de sus calles con luz de día. Sin embargo, las sorpresas comenzaron de inmediato. Aterrizamos justo antes del atardecer, con una luz dorada maravillosa que embellecía todo. Desde el aire, se puede ver que todo es verde, absolutamente todo. Al bajar del avión, experimenté una sensación familiar que muchos podemos tener al visitar ciudades que no son capitales o carecen de la omnipresencia de la modernidad: todo se torna más hermoso, más inocente, más genuino.
Vista de Chachapoyas
Camino al hotel, que estaba a 10 minutos de la plaza en carro y en pleno campo, ya había oscurecido y comenzaba a hacer frío. Chachapoyas se distingue por su capacidad única de conectar dos universos regionales: una selva de ceja densamente poblada, rica en vida silvestre y biodiversidad, y una sierra escarpada, donde las noches son frías y el aire seco y helado de los Andes ofrece una sensación de pureza al respirar.
Después de llegar al hotel, instalarnos y descansar brevemente, salimos a conocer el centro de la ciudad. Chachapoyas es muy bonita, acogedora y bastante ordenada. Su centro, que incluye la plaza principal y sus alrededores, recuerda a Cusco por lo colonial de sus casas y las calles empedradas. Una curiosidad de esta ciudad es que es la primera en Perú en prohibir la circulación de mototaxis, lo que la hace más ordenada y menos caótica que otras ciudades del interior.
Centro de la ciudad
Caminamos por el centro, recorriendo plazas, iglesias y calles. Uno se siente seguro al caminar por este destino, y no es en vano que esté considerada como una de las ciudades más seguras del país, si no la más segura.
Esa noche comimos en un restaurante del centro llamado ‘El Batán del Tayta’, conocido por fusionar sus platos y tragos con ingredientes locales como plátano y cecina de cerdo, así como frutas tropicales e insectos comestibles en la carta de bebidas. Fue una excelente manera de comenzar el viaje.
Antes de regresar al hotel, visitamos la Plaza de Armas, bellamente iluminada con luz cálida y rodeada de comercios locales, destacándose la basílica catedral. La excelente impresión que me llevé de Chachapoyas en este primer día solo incrementó mi entusiasmo por explorar más. Estaba listo para lo que seguía, tras una merecida noche de descanso en el hotel.
Día 2: Los Dominios de una Antigua Civilización
Me levanté tras pasar una noche tranquila, sin ruidos y rodeado de campo. Fui el primero en llegar al desayuno, muy emocionado y deseando aprovechar el día al máximo. Hoy tocaba visitar la fortaleza de Kuélap, una impresionante construcción preincaica ubicada en la provincia de Luya, a unos 3,000 m.s.n.m. y aproximadamente a una hora y media de la ciudad.
Fortaleza de Kuélap
Kuélap es el monumento principal de la cultura Chachapoyas, que se remonta al año 500 d.C. Nuestra movilidad nos dejó en el punto de control para abordar el teleférico, la forma más directa y rápida de llegar debido a su ubicación en lo alto de una imponente montaña rocosa. Este teleférico me dejó impresionado; no tiene nada que envidiar a otros del mundo. Lo que lo hace aún más especial es la increíble vista que ofrece: pasamos entre dos grandes montañas, observando tumbas ancestrales incrustadas en los cerros y un río serpenteante que se divisa a lo lejos desde las alturas. Es simplemente impresionante, no solo por la belleza natural del paisaje, sino también por la vegetación única, protegida por el gobierno regional, con especies de flores y plantas tan particulares.
Después de 20 minutos en el teleférico, comenzamos una caminata cuesta arriba de aproximadamente 40 minutos. Recomiendo ir con ropa lijera, cómoda, usar pantalón pues, al encontrarse a más altura que Chachapoyas, puede sentirse frio en las sombras, y siempre bien hidratado de agua. Disfrutamos de la naturaleza, el entorno, el aire puro y las interesantes explicaciones del guía que nos iba contando acerca del lugar donde estábamos, datos sobre la cultura Chachapoyas, sobre nuestra ubicación y lo que veríamos. Al llegar, nos recibió una impresionante muralla de piedra que nos hizo comprender por qué llaman a este lugar una fortaleza, ya que rodea y protege todo el recinto, diseñada en tiempos antiguos para vigilar a los enemigos y proteger a la comunidad.
Teleférico
Una vez dentro, la admiración nos embargó desde todos los ángulos. Las imponentes murallas, de más de 20 metros de altura, destacan la habilidad y el ingenio de los habitantes de la cultura Chachapoyas para construir en un terreno tan elevado y difícil de alcanzar. Nuestros ojos se dirigieron de inmediato hacia las estructuras circulares de piedra, más de 400 identificadas hasta ahora, que servían, entre otras cosas, como viviendas. Esto demuestra que Kuélap no era solo una fortaleza, sino una comunidad completa, casi una pequeña ciudad. Además, desde muchos puntos del sitio se disfruta de una vista espectacular del valle de Utcubamba.
Después de más de una hora de recorrido, comenzamos el camino de regreso para tomar el teleférico de vuelta a la ciudad. Mientras repasaba todo lo vivido y aprendido, una mezcla de emociones me invadía.
Sentía una conexión profunda con la historia; caminar entre los restos de la fortaleza inevitablemente te transporta a otra época, imaginando cómo era la vida hace más de mil años.
También experimentaba una profunda tranquilidad que me llevaba a la reflexión. La altura y el aislamiento de Kuélap crean un ambiente calmado y sereno, mientras que la majestuosidad del paisaje natural invita a contemplar lo pequeños que somos, rodeados por un exuberante bosque de nubes y montañas imponentes.
Tacacho con cecina
Una vez que terminas el recorrido, no puedes dejar de pedir en el puesto de comida de afuera una tortilla frita de maíz con camote, un refrescante ceviche de trucha o el clásico peruano de choclo con queso. Regresé a la ciudad feliz, lleno de nuevos conocimientos y reflexiones, listo más que nunca para enfrentar lo que vendría al día siguiente, que sería el reto más grande: la famosa catarata de Gocta.
Día 3: La Fuerza de la Naturaleza
Por fin llegó el día que más había estado esperando del viaje. Nos levantamos muy temprano para partir hacia la localidad donde dejaríamos nuestra movilidad para comenzar la caminata. Cocachimba es un encantador pueblo en la selva, pintoresco y acogedor. Su plaza central es un extenso jardín sin rastro de concreto, todo verde y notablemente ordenado. No hay rastro de caos, sino todo lo contrario; es un lugar sereno que invita al descanso y, al mismo tiempo, a buscar nuevas aventuras.
Cocachimba
Usamos una tienda que también funciona como restaurante para prepararnos, comprar agua y provisiones. En mi caso, aproveché para cambiar mis pantalones largos por un short, sabiendo que la caminata que nos esperaba sería larga y calurosa, adentrándonos en un clima selvático. Después de registrar nuestra asistencia y comprometernos a llevar de vuelta todo el plástico que teníamos, comenzamos la caminata. Es una ruta retadora, debido a las subidas y bajadas del camino. Sin embargo, está bien marcada y no tiene una altitud significativa, lo que ayuda a mantener la resistencia debido al mayor contenido de oxígeno en el aire.
El camino hacia la catarata es increíble. Hay que experimentarlo para apreciarlo completamente. Caminar en la selva, rodeado de tanta naturaleza, proporciona una sensación única y hermosa. Te sientes parte del ecosistema, consciente de entrar en un terreno ajeno que merece ser cuidado y respetado para vivir la mejor experiencia posible.
La conexión con la naturaleza en estos lugares es tan profunda que te hace sentir más conectado con el entorno natural y más consciente de la belleza y fragilidad del medio ambiente.
Caminata a catarata de Gocta
Durante las tres horas de caminata, hay puntos para detenerse, tomar fotos, respirar profundamente y recargar energías. A lo largo del camino, se perciben diferentes aromas de las plantas, árboles y vegetación en general, además del aroma del café, ya que este lugar tiene un clima ideal para su cultivo. También se pueden escuchar los sonidos variados del entorno, como los cantos de aves, el constante coro de insectos, el silencio mismo y, por supuesto, el imponente rugido del agua al caer desde la catarata.
Mientras más uno se acerca, más intensamente se escucha el estruendo del agua cayendo desde más de 700 metros de altura, y las emociones se elevan ante la expectativa de presenciar algo espectacular. Decidí prepararme para el momento, así que caminé solo los últimos 20 minutos, puse mis audífonos y elegí un playlist acorde al momento. Cuando divisé el mirador principal, apagué la música y me entregué por completo a lo que estaba a punto de presenciar. A medida que me acercaba, el sonido del agua se intensificaba, añadiendo un toque dramático a la escena. Dejé atrás el túnel frondoso de plantas y árboles para llegar a un espacio abierto y contemplar finalmente la razón de tanto esfuerzo: la impresionante catarata de Gocta. Me quedé sin palabras ante tal maravilla. Unas cuantas lágrimas de alegría salieron de mis ojos al estar en ese lugar, en ese momento, y aún ahora al recordarlo siento una nostalgia profunda, pues son pocos los momentos en la vida en los que uno se siente tan bendecido.
Catarata de Gocta
Después de contemplar durante un buen rato y capturar fotos y videos, sentí un profundo deseo de agradecer por la experiencia vivida. Recordé algo que un amigo me enseñó hace años en un lugar especial del Valle Sagrado en Cusco, en un momento preciso. Realicé una pequeña ofrenda a la tierra a mi manera, utilizando un Kintu, un ramillete de tres hojas de coca que se ofrece a la Pachamama (madre tierra) como agradecimiento por todo lo recibido, pidiendo permiso para entrar en sus dominios y solicitando su protección, consciente de lo insignificante que uno se siente ante la grandeza de la naturaleza.
Luego de reflexionar un momento sobre mis emociones, decidí descender más para acercarme lo máximo posible. Sin pensarlo mucho y aprovechando las condiciones favorables, me cambié a mi ropa de baño y zapatos de agua para meterme a la poza. A pesar de que estaba muy fría, alrededor de unos 8 grados, con el viento se sentía aún más helada, casi como si fuera 0 grados. Aun así, lo logré. Aunque la cascada no estaba ni al 40% de su potencia, seguía siendo lo suficientemente fuerte como para experimentar su impacto.
Chapuzón en la catarata
Los guías que nos acompañaban nos contaron que cuando la catarata está en su apogeo, el estruendo se escucha desde una hora antes y es imposible acercarse tanto como nosotros lo hicimos. Permanecí en el agua, con frío, pero sintiéndome limpio y renovado, absorbiendo toda la energía de bañarme en una de las aguas más puras en las que haya estado jamás. Mi consejo para aquellos que deseen hacer lo mismo es sumergirse completamente, ya que el viento puede intensificar la sensación de frío y dificultar permanecer en el agua por mucho tiempo. Mientras estaba en el agua, solo podía escuchar el sonido de la cascada y a lo lejos, las voces que me animaban y llamaban por mi nombre.
Estuve cerca de 10 minutos dentro del agua, renovándome y llenándome de energía, hasta que llegó el momento de salir, secarme, cambiarme y echar una última mirada a la impresionante catarata y el hermoso paisaje que la rodea. Luego emprendí el camino de regreso, consciente de que sería más exigente debido al ascenso que ahora debíamos enfrentar. Sin embargo, cada esfuerzo valía la pena. El retorno a Cocachimba resultó ser más demandante como había escuchado, pero lo disfruté plenamente. Factores como conversar más con el guía y aprender sobre diferentes tipos de mariposas poco comunes en el camino, tomar dos vasos de Guarapo (macerado de caña) para recuperar energías, y seguir reflexionando sobre todo lo que acababa de vivir, contribuyeron a hacerlo más llevadero. Además, el almuerzo que nos esperaba antes de regresar a Chachapoyas era una gran motivación.
Especie rara de mariposa
Después de cumplir con la entrega de los plásticos que llevé, agradecí sinceramente a la señora que atendía en el puesto de control por la maravillosa experiencia.
Especialmente aprecié la grata sorpresa de encontrar el camino hacia Gocta tan limpio y bien cuidado, algo que merece ser destacado en estos tiempos en los que la empatía y el respeto por el medio ambiente a menudo son escasos.
Día 4: Hasta pronto
El vuelo partía a las 11 am y, aunque no hubo tiempo para un último paseo por el centro, me llevo el mejor recuerdo de Chachapoyas. Esta ciudad, que fusiona la esencia de la selva y la sierra con sus contrastes de frío y calor, me cautivó con su limpieza, orden y, sobre todo, con la calidez de su gente. Descubrir Chachapoyas fue una grata sorpresa; un destino del que sabía poco, pero que me atrapó con su encanto único. Aún quedan historias por vivir y lugares por explorar en esta tierra mágica. La ciudad me dejó con la firme intención de regresar y seguir descubriendo todo lo que tiene para ofrecer. Chachapoyas es, sin duda, un lugar al que siempre querré volver, con la promesa de nuevas aventuras que aguardan pacientemente.
Gocta